jueves, 16 de noviembre de 2017

Actividad
Leer el cuento y contestar las siguientes preguntas.
¿Quienes son los autores?
¿Cual es el problema del cuento?
¿Solucionaron el problema?
¿Que aprendiste del cuento?
¿Si pudieras cambiar el final cual seria?


El monstruo del lago
cuento infantil monstruo lago

Adaptación del cuento popular de África
Érase una vez una preciosa muchacha llamada Untombina, hija del rey de una tribu africana. A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la comarca porque en él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba, devoraba a todo aquel que merodeaba por allí.

Nadie, ni de día ni de noche, osaba acercarse a muchos metros a la redonda de ese lugar. Untombina, en cambio, valiente y curiosa por naturaleza, estaba deseando conocer el aspecto de ese monstruo que tanto miedo daba a la gente.

Un año llegó el otoño y con él tantas lluvias, que toda la región se inundó. Muchos hogares se vinieron abajo y los cultivos fueron devorados por las aguas. La joven Untombina pensó que quizá el monstruo tendría una solución a tanta desgracia y pidió permiso a sus padres para ir a hablar con él. Aterrorizados, no sólo se negaron, sino que le prohibieron terminantemente que se alejara de la casa.

Pero no hubo manera; Utombina, además de valiente, era terca y decidida, así que reunió a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo. La hija del rey dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más alto en el cielo, el grupo de muchachas llegó al lago.

En apariencia todo estaba muy tranquilo y el lugar les parecía encantador. Se respiraba aire puro y el agua transparente dejaba ver el fondo de piedras y arena blanca. La caminata había sido dura y el calor intenso, así que nada les apetecía más que darse un buen chapuzón. Entre risas, se quitaron la ropa, las sandalias y las joyas, y se tiraron de cabeza.  Durante un buen rato, nadaron, bucearon y jugaron a salpicarse unas a otras. Tan entretenidas estaban que no se dieron cuenta de que el monstruo, sigilosamente, se había acercado a la orilla por otro lado y les había robado todas sus pertenencias.

Cuando la primera de las muchachas salió del agua para vestirse, no encontró su ropa y avisó a todas las demás de lo que había sucedido.  Asutadísimas comenzaron a gritar y a preguntarse qué podían hacer ¡No podían volver desnudas al pueblo!

Se acercaron al lago y, en fila, comenzaron a llamar al monstruo. Entre llantos, le rogaron que les devolviera la ropa. Todas menos Utombina, que como hija del rey, se negaba a humillarse y a suplicar nada de nada.

El monstruo escuchó las peticiones y, asomando la cabeza, comenzó a escupir prendas, anillos y pulseras, que las chicas recogieron rápidamente. Devolvió todo lo que había robado excepto las cosas de la orgullosa Utombina. Las chicas querían volver, pero ella seguía negándose a implorar y se quedó inmóvil, en la orilla, mirando al lago. Su actitud consiguió enfadar al monstruo que, en un arrebato de ira, salió inesperadamente del lago y de un bocado se la tragó.

Todas las jovencitas volvieron a chillar presas del pánico y corrieron al pueblo para contar al rey lo que había sucedido. Destrozado por la pena, decidió actuar: reclutó a su ejército y lo envió al lago para acabar con el horrible ser que se había comido a su niña.

Cuando los soldados llegaron armados hasta los dientes, el monstruo  se dio cuenta de sus intenciones y se enfureció todavía más. A manotazos, empezó a atrapar hombres de dos en dos y a comérselos sin darles tiempo a huir. Uno delgaducho y muy hábil se zafó de sus garras, pero el monstruo le persiguió sin descanso hasta que, casualmente, llegó a la casa del rey. Para entonces, de tanto comer, su cuerpo se había transformado en una bola descomunal que  parecía a punto de explotar.

El monarca, muy hábil con el manejo de las armas, sospechó que su hija y los soldados todavía podrían estar vivos dentro de la enorme barriga, y sin dudarlo ni un segundo, comenzó a disparar flechas a su ombligo. Le hizo tantos agujeros que parecía un colador. Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los hombres que habían sido engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus ojos,  sana y salva, fue su preciosa hija.

El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Utombina su valentía. Gracias a su orgullo y tozudez, habían conseguido acabar con él para siempre.

martes, 14 de noviembre de 2017

LA REVOLUCIÓN MEXICANA


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La Revolución Mexicana. Surge como una protesta de tono eminentemente político frente al régimen porfiriano.
En 1910 Porfirio Díaz se hizo reelegir presidente de México por sexta vez consecutiva. Casi treinta años de un poder. El momento de la que habría de ser su última reelección, el general Díaz contaba ochenta años de edad. Desde 1904 había surgido en la vida mexicana el problema de quién sustituiría al presidente.
Francisco I Madero, quien en 1908 publica un libro: La Sucesión Presidencial en 1910. Madero y Díaz pensaban que México tenía ya una verdadera y numerosa clase media capaz de asumir conscientemente sus responsabilidades políticas.
Madero organiza un partido, el Anti reeleccionista, hace una campaña electoral. Madero recorre amplias zonas del país. Primero la burla, después la alarma y por último la represión, serían las respuestas que la campaña de Madero habría de tener en los círculos del gobierno.
En junio de 1910, desde la cárcel a donde su audacia lo llevó, Madero contempla el proceso electoral.
El 4 de octubre de 1910 el Congreso declara presidente y vicepresidente de México para los próximos seis años a Porfirio Díaz y Ramón Corral respectivamente. El 5 de octubre, Madero, libre bajo fianza, cruza la frontera con los Estados Unidos. Desde su refugio Madero formulaba y hacía penetrar en México su plan revolucionario y propone corregir por el camino de la ley los abusos cometidos durante el Porfiriato en el campo y hace un llamado a las armas para el 20 de noviembre. Éstos serán los aspectos fundamentales del Plan de San Luis Potosí cuya síntesis y lema era: "Sufragio Efectivo. No Reelección."
El régimen de Díaz contraatacó y Chihuahua se convirtió en el amplio escenario de sus primeras grandes derrotas: Ciudad Guerrero, Mal Paso, Casas Grandes, Chihuahua, Ciudad Juárez... fueron las batallas que allanaron el camino de la revolución. Emiliano Zapata se levantó en el sur. Los brotes armados se dejaron sentir en otras partes del país. Habiendo fracasado en el terreno militar, ensaya el camino de las negociaciones, mientras, sustituyendo funcionarios, intenta apuntalar su edifico político. Todo resulta ineficaz.  Díaz renuncia finalmente a la presidencia y abandona el país. Después de seis meses de lucha, la revolución maderista había triunfado.
Su presidencia se formalizó legalmente en las elecciones de 1911. Cuando el presidente mexicano se atrevió a corregir la situación ilegal lograda por algunos inversionistas extranjeros. La alarma creció, y acaudillados por los representantes de esos intereses extranjeros y con la embajada de los Estados Unidos por cuartel general, los mexicanos vencidos por la revolución, aliados con el ejército porfiriano casi intacto a pesar de su derrota, asaltaron el poder y asesinaron a Madero.
Los revolucionarios, por su parte, y ante el hecho de la muerte de Madero, instintivamente se reagruparon.
Unidos todos y con victorias como las de Torreón y Tepic, pronto agotaron la resistencia de Huerta, quien, después de cometer numerosos crímenes y envolver al país en graves conflictos internacionales, abandonó el poder en julio de 1914.
Diez años después de iniciada la revolución, Madero, Zapata y Carranza, las tres figuras más altas de su primera etapa, ya no existían. La nueva generación de caudillos revolucionarios avanzaba a paso de vencedor al primer plano de la vida nacional. Ellos se empeñarían en una búsqueda casi febril del tiempo perdido inaugurando la etapa de la reconstrucción nacional. 


Instrucciones: Escribir lo que comprendiste del texto de "La Revolución Mexicana" 

lunes, 13 de noviembre de 2017

El árbol que no sabía quién era

Fábula El árbol que no sabía quién era

Había una vez un jardín muy hermoso en el que crecían todo tipo de árboles maravillosos. Algunos daban enormes naranjas llenas de delicioso jugo; otros riquísimas peras que parecían azucaradas de tan dulces que eran. También había árboles repletos de dorados melocotones que hacían las delicias de todo aquel que se llevaba uno a la boca.

Era un jardín excepcional y los frutales se sentían muy felices. No sólo eran árboles sanos, robustos y bellos, sino que además, producían las mejores frutas que nadie podía imaginar.

Sólo uno de esos árboles se sentía muy desdichado porque, aunque sus ramas eran grandes y muy verdes, no daba ningún tipo de fruto. El pobre siempre se quejaba de su mala suerte.

– Amigos, todos vosotros estáis cargaditos de frutas estupendas, pero yo no. Es injusto y ya no sé qué hacer.

El árbol estaba muy deprimido y todos los días repetía la misma canción. Los demás le apreciaban mucho e intentaban que recuperara la alegría con palabras de ánimo. El manzano, por ejemplo, solía hacer hincapié en que lo importante era centrarse en el problema.

– A ver, compañero, si no te concentras, nunca lo conseguirás. Relaja tu mente e intenta dar manzanas ¡A mí me resulta muy sencillo!

Pero el árbol, por mucho que se quedaba en silencio y trataba de imaginar verdes manzanas naciendo de sus ramas, no lo conseguía.

Otro que a menudo le consolaba era el mandarino, quien además insistía en que probara a dar mandarinas.

– A lo mejor te resulta más fácil con las mandarinas ¡Mira cuántas tengo yo! Son más pequeñas que las manzanas y pesan menos… ¡Venga, haz un esfuerzo a ver si lo logras!

Nada de nada; el árbol era incapaz y se sentía fatal por ser diferente y poco productivo.

Un mañana un búho le escuchó llorar amargamente y se posó sobre él. Viendo que sus lágrimas eran tan abundantes que parecían gotas de lluvia, pensó que algo realmente grave le pasaba. Con mucho respeto, le habló:

– Perdona que te moleste…  Mira, yo no sé mucho acerca de los problemas que tenéis los árboles pero aquí me tienes por si quieres contarme qué te pasa. Soy un animal muy observador y quizá pueda ayudarte.

El árbol suspiró y confesó al ave cuál era su dolor.

– Gracias por interesarte por mí, amigo. Como puedes comprobar en este jardín hay cientos de árboles, todos bonitos y llenos de frutas increíbles excepto yo… ¿Acaso no me ves?  Todos mis amigos insisten en que intente dar manzanas, peras o mandarinas, pero no puedo ¡Me siento frustrado y enfadado conmigo mismo por no ser capaz de crear ni una simple aceituna!

El búho, que era muy sabio comprendió el motivo de su pena y le dijo con firmeza:

– ¿Quieres saber mi opinión sincera?  ¡El problema es que no te conoces a ti mismo! Te pasas el día haciendo lo que los demás quieren que hagas y en cambio no escuchas tu propia voz interior.

El árbol puso cara de extrañeza.

– ¿Mi voz interior? ¿Qué quieres decir con eso?

– ¡Sí, tu voz interior! Tú la tienes, todos la tenemos, pero debemos aprender a escucharla. Ella te dirá quién eres tú y cuál es tu función dentro de este planeta. Espero que medites sobre ello porque ahí está la respuesta.

El búho le guiñó un ojo y sin decir ni una palabra más alzó el vuelo y se perdió en la lejanía.

El árbol se quedó meditando y decidió seguir el consejo del inteligente búho. Aspiró profundamente varias veces para liberarse de los pensamientos negativos e intentó concentrarse en su propia voz interior. Cuando consiguió desconectar su mente de todo lo que le rodeaba, escuchó al fin una vocecilla dentro de él que le susurró:

– Cada uno de nosotros somos lo que somos ¿Cómo pretendes dar peras si no eres un peral? Tampoco podrás nunca dar manzanas, pues no eres un manzano, ni mandarinas porque no eres un mandarino. Tú eres un roble y como roble que eres estás en el mundo para cumplir una misión distinta pero muy importante: acoger a las aves entre tus enormes ramas y dar sombra a los seres vivos en los días de calor ¡Ah, y eso no es todo! Tu belleza  contribuye a alegrar el paisaje y eres una de las especies más admiradas por los científicos y botánicos ¿No crees que es suficiente?

En ese momento y después de muchos meses, el árbol triste se alegró. La emoción recorrió su  tronco porque al fin comprendió quién era y que tenía una preciosa y esencial labor que cumplir dentro de la naturaleza.

Jamás volvió a sentirse peor que los demás y logró ser muy feliz el resto de su larga vida.


Al termino de la lectura favor de escribir lo que entendieron los alumnos, y posterior a ello dar a conocer la idea principal del cuento.

viernes, 10 de noviembre de 2017

¿Por qué los perros se huelen la cola?

Indicaciones: Lee el siguiente texto y escribe la idea principal.
En un pueblo de Centroamérica existe una vieja leyenda que cuenta que hace muchísimos años, los perros se sentían muy tristes. Según esta historia, los cachorritos, desde que nacían, se comportaban de manera bondadosa  con los humanos, les ofrecían su compañía sin pedir nada a cambio y siempre trataban de ayudar en las tareas del campo hasta que la vejez se lo impedía.
Desde luego, los hombres y mujeres de las aldeas no podían quejarse, pues no había en el mundo amigos más fieles y generosos que ellos.
La razón de su desconsuelo  era que, a pesar de todo eso, algunas personas los trataban mal y no les daban ni un poco de cariño. Con toda la razón, consideraban que merecían un trato más digno y respetuoso por parte de la raza humana.
Un buen día, varias decenas de perros se reunieron en un descampado para poner fin a esa  situación tan injusta. Hicieron un gran corro y debatieron largo y tendido con el fin de encontrar una solución. Después de deliberar y estudiar los pros y los contras, llegaron a una conclusión: lo mejor era pedir ayuda al bueno y poderoso dios Tláloc. Él sabría qué hacer y tomaría  medidas inmediatamente.
Redactaron una carta para entregársela al dios y el perro más anciano la firmó en nombre de todos. Después, se hizo una votación. Salió elegido un perro negro de cuerpo musculoso y famoso por tener muy buen olfato para llevar a cabo la importante misión: recorrer cientos, quizá miles de kilómetros, hasta encontrar al dios Tláloc y entregarle el mensaje.
¡Qué orgulloso se sintió el joven perrito de poder representar a su comunidad y de que todos confiaran en sus capacidades! Sin embargo, cuando estaba listo para partir, surgió un pequeño problema: ¿Dónde debía guardar la carta?
En las patas era imposible porque necesitaba las cuatro para caminar día y noche; tampoco podía ser en el hocico, ya que el papel  llegaría húmedo y además tendría que soltarlo cada vez que quisiera comer o beber ¡El riesgo de perderlo o de que se lo llevara el viento era muy alto!
Al final, todos se convencieron de que lo mejor sería que guardara la carta bajo la cola, sin duda el lugar más seguro. El perro aceptó y se despidió de sus amigos con tres ladridos y una sonrisa.
Desgraciadamente, han pasado muchos años desde ese día y el pobre perro aún no ha regresado. Se cree que el dios vive tan lejos que todavía sigue caminando sin descanso por todo el mundo, decidido a llegar a su destino.
Después de tanto tiempo,  sucede que  los demás perros  ya no se acuerdan muy bien de su cara ni del aspecto que tenía; por eso, cuando un perro se cruza con otro al que no conoce, le huele la cola para comprobar si esconde la vieja carta y se trata del  valeroso perro negro de cuerpo musculoso y buen olfato que un buen día partió en busca del dios Tláloc para pedirle ayuda.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

El águila y la tortuga

Instrucciones: Lee el texto de "El àguila y la tortuga" y realiza un comentario el porque es importante el valor de la amistad.

EL ÁGUILA Y LA TORTUGA
Érase una vez una tortuga que vivía muy cerca de donde un águila tenía su nido. Cada mañana observaba a la reina de las aves y se moría de envidia al verla volar.
– ¡Qué suerte tiene el águila! Mientras yo me desplazo por tierra y tardo horas en llegar a cualquier lugar, ella puede ir de un sitio a otro en cuestión de segundos ¡Cuánto me gustaría tener sus magníficas alas!

El águila, desde arriba, se daba cuenta de que una tortuga siempre la seguía con la mirada, así que un día se posó a su lado.
– ¡Hola, amiga tortuga! Todos los días te quedas pasmada contemplando lo que hago ¿Puedes explicarme a qué se debe tanto interés?
– Perdona, espero no haberte parecido indiscreta… Es tan sólo que me encanta verte volar ¡Ay, ojalá yo fuera como tú!
El águila la miró con dulzura e intentó animarla.
– Bueno, es cierto que yo puedo volar, pero tú tienes otras ventajas; ese caparazón, por ejemplo, te protege de los enemigos mientras que yo voy a cuerpo descubierto.
La tortuga respondió con poco convencimiento.
– Si tú lo dices… Verás, no es que me queje de mi caparazón pero no se puede comparar con volar ¡Tiene que ser alucinante contemplar el paisaje desde el cielo, subir hasta las nubes, sentir el aire fresco en la cara y escuchar de cerca el sonido del viento justo antes de las tormentas!
La tortuga tenía los ojos cerrados mientras imaginaba todos esos placeres, pero de repente los abrió y en su cara se dibujó una enorme sonrisa ¡Ya sabía cómo cumplir su gran sueño!
– Escucha, amiga águila ¡se me ocurre una idea!  ¿Qué te parece si me enseñas a volar?
El águila no daba crédito a lo que estaba escuchando.
– ¿Estás de broma?
– ¡Claro que no! ¡Estoy hablando completamente en serio! Eres el ave más respetada del cielo y no hay vuelo más estiloso y elegante que el tuyo ¡Sin duda eres la profesora perfecta para mí!
El águila no hacía más que negar con la cabeza mientras escuchaba los desvaríos de la tortuga ¡Pensaba que estaba completamente loca!
– A ver, amiga, déjate de tonterías…  ¿Cómo voy a enseñarte a volar? ¡Tú nunca podrás conseguirlo! ¿Acaso no lo entiendes?… ¡La naturaleza no te ha regalado dos alas y tienes que aceptarlo!
La testaruda tortuga se puso tan triste que de sus ojos redondos como lentejitas brotaron unas lágrimas que daban fe de que su sufrimiento era verdadero.
Con la voz rota de pena continuó suplicando al águila que la ayudara.
– ¡Por favor, hazlo por mí! No quiero dejar este mundo sin haberlo intentado. No tengo alas pero estoy segura de que al menos podré planear como un avión de papel ¡Por favor, por favor!
El águila ya no podía hacer nada más por convencerla. Sabía que la tortuga era una insensata pero se lo pedía con tantas ganas que al final, cedió.
– ¡Está bien, no insistas más que me vas a desquiciar! Te ayudaré a subir pero tú serás la única responsable de lo que te pase ¿Te queda claro?
– ¡Muy claro! ¡Gracias, gracias, amiga mía!
El águila abrió sus grandes y potentes garras y la enganchó por el caparazón. Nada más  remontar el vuelo, la tortuga se volvió loca de felicidad.
– ¡Sube!… ¡Sube más que esto es muy divertido!
El águila ascendió  más alto, muy por encima de las copas de los árboles y dejando tras de sí los picos de las montañas.
¡La tortuga estaba disfrutando como nunca! Cuando se vio lo suficientemente arriba, le gritó:
– ¡Ya puedes soltarme!  ¡Quiero planear surcando la brisa!
El águila no quiso saber nada pero obedeció.
– ¡Allá tú! ¡Que la suerte te acompañe!
Abrió las garras y, como era de esperar, la tortuga cayó imparable a toda velocidad contra el suelo ¡El tortazo fue mayúsculo!
– ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, qué dolor! No puedo ni moverme…
El águila bajó en picado y comprobó el estado lamentable en que su amiga había quedado. El caparazón estaba lleno de grietas, tenía las cuatro patitas rotas y su cara ya no era verde, sino morada. Había sobrevivido de milagro pero tardaría meses en recuperarse de las heridas.
El águila la incorporó y se puso muy seria con ella.
– ¡Traté de avisarte del peligro y no me hiciste caso, así que aquí tienes el resultado de tu estúpida idea!
La tortuga, muy dolorida, admitió su error.
– ¡Ay, ay, tienes razón, amiga mía!  Me dejé llevar por la absurda ilusión de que las tortugas también podíamos volar y me equivoqué. Lamento no haberte escuchado.

Así fue cómo la tortuga comprendió que era tortuga y no ave, y que como todos los seres vivos, tenía sus propias limitaciones. Al menos el porrazo le sirvió de escarmiento y, a partir de ese día, aprendió a escuchar los buenos consejos de sus amigos cada vez que se le pasaba por la cabeza cometer alguna nueva locura.